La Soberana Convención Revolucionaria de Aguascalientes es una de las etapas más importantes de la historia de México. En el recinto de nuestro histórico Teatro Morelos, durante los meses de octubre y noviembre de 1914, prevaleció la voluntad de diálogo y entendimiento entre las distintas fuerzas revolucionarias que, a pesar de sus grandes diferencias, intentaron lograr acuerdos fundamentales sobre los graves problemas de la nación.
El 24 de abril de 1964, en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, Correspondiente de la Española, Salvador Azuela afirmó con acierto que “por la palabra los pueblos se organizan y las leyes se declaran y aplican; realízase el trabajo de los sabios, los filósofos y los artistas; se inicia la guerra y se firma la paz. Las grandes revoluciones las prepara y consuma la palabra, semilla que abona el silencio”.
Quien durante treinta años estuviera al frente de la Dirección del Instituto Nacional
de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, expresó en esas líneas la naturaleza
y el sentido de buena parte de las actividades de una institución que durante muchos
años se ha dedicado a la tarea de rescatar testimonios, documentos históricos, material
gráfico, audiovisual y sonoro sobre la Revolución Mexicana.
Pero también, en esas cuantas líneas, Salvador Azuela nos dio la pauta para comprender
el significado y la trascendencia de la Soberana Convención Revolucionaria de Aguascalientes
de 1914 que fue, en su momento, uno de los intentos más logrados de conferir una
especial dignidad a la palabra como elemento fundamental de comunicación y entendimiento
entre los seres humanos.
Por supuesto, el otro momento importante fue el Congreso Constituyente de 1917 que
dio origen a nuestra Carta Magna, el marco jurídico fundamental que hizo posible
iniciar la transformación social de nuestro país y al que fueron incorporadas muchas
de las legítimas aspiraciones que se fueron gestando a lo largo de varios años de
sangrientas luchas entre las distintas facciones revolucionarias.
En este sentido, la Soberana Convención Revolucionaria de Aguascalientes es una
de las etapas más importantes de una historia compleja y contradictoria, en donde
la voluntad de diálogo y entendimiento entre las distintas fuerzas revolucionarias
ahí representadas, dio paso a un largo y funesto periodo de violencia en el que
uno a uno fueron asesinados los principales caudillos revolucionarios.
A cien años de distancia, lejos de haber disminuido el interés por conocer los detalles
de ese acontecimiento histórico, hoy existe un renovado impulso por estudiar y comprender
la sustancia de los debates de una asamblea de “ciudadanos armados” en la que pareció
por un momento que la palabra y la fuerza de los buenos argumentos podían sobreponerse
al engaño, la suspicacia y la violencia política.
Consciente de la importancia de la palabra que prepara y consuma a las grandes
revoluciones, Salvador Azuela promovió la publicación de dos libros
que se han convertido en fuente obligada de consulta para todas las personas interesadas
en el tema: La Convención Revolucionaria de Aguascalientes de Vito Alessio Robles
y los tres tomos de las Crónicas y debates de las sesiones de la Soberana Convención
Revolucionaria que preparó Florencio Barrera Fuentes.
En ellos se muestra, sin lugar a dudas, que durante los meses de octubre y noviembre
de 1914 en nuestro histórico Teatro Morelos se representó una magnífica obra con
actores de la vida real que se dieron a la tarea de poner en escena el arte de hablar
y argumentar, transformando a la palabra en semilla que abona el silencio:
el silencio de la violencia y la muerte, el silencio de los insultos, el silencio
de la agresión y los fusiles.
Pese a sus enormes diferencias políticas y a la contraposición de fuertes intereses
económicos y militares, los delegados de la Soberana Convención Revolucionaria intentaron
elaborar un lenguaje común que hiciera posible lograr acuerdos fundamentales sobre
los graves problemas de la nación.
Dominados en ocasiones por fuertes pasiones políticas y con las armas siempre dispuestas
para la defensa y el ataque, los convencionistas buscaron construir acuerdos, escuchando
y tratando de entender los argumentos y los puntos de vista de los demás.
En una época en la que los distintos caudillos y jefes revolucionarios competían
entre sí al hacer el sangriento recuento de las víctimas de sus pistolas y fusiles,
en las crónicas y debates de las sesiones de la Convención se muestra con claridad
que los delegados renunciaron a la violencia y utilizaron los recursos de la argumentación
y la persuasión razonada, tal como suele ocurrir con mucha frecuencia y naturalidad
en los recintos parlamentarios.
Ahora que conmemoramos el Centenario de la Soberana Convención Revolucionaria de
Aguascalientes de 1914, bien
podemos imaginar el bello escenario aquicalidense recreado en la citada obra de
Vito Alessio Robles: el clima agradable y el ambiente hospitalario de la ciudad,
sus frondosas alamedas, sus arriates llenos de flores, la cálida energía de sus
fuentes termales y la tranquilidad de sus templos, plazas y parques, alterada sólo
por el bullicio de los automóviles, los trenes militares y el lento caminar de los
soldados villistas, zapatistas y carrancistas, con sus tradicionales cananas cruzadas
en el pecho.
Es momento de traer a la memoria la incesante actividad en los salones de los principales
hoteles de la ciudad, en donde los generales y oficiales de las distintas fuerzas
revolucionarias se reunían para escuchar música y tomar cerveza, al compás de las
notas de los corridos revolucionarios.
Es posible imaginar, en el hoy histórico Teatro Morelos, las explosiones de entusiasmo
y la voz sonora del General Obregón exigiendo a los presentes protestar ante la
enseña nacional y estampar su firma en el blanco de la bandera con el compromiso
de cumplir y hacer cumplir los acuerdos de la Convención. Hasta ese lugar llegó
también Francisco Villa para rubricar el estandarte y decir a los convencionistas
que no sería una vergüenza para los hombres conscientes, ya que sería el primero
en no pedir nada para él.
En estos días de conmemoración habrá que darnos el tiempo necesario para leer con
atención las Crónicas y debates de las sesiones de la Soberana Convención Revolucionaria,
deteniéndonos en algunos detalles que generalmente pasan desapercibidos.
Por ejemplo, los procedimientos de instalación y la organización de las sesiones
de la asamblea de ciudadanos armados y, especialmente, la actitud solemne y respetuosa
de los delegados, todos ellos hombres recios acostumbrados a mandar y a matar, que
en el Teatro Morelos seguían el curso de los debates cumpliendo al pie de la letra
el protocolo parlamentario: "Pido la palabra", "Se concede el uso de la palabra",
"Se suplica a los señores generales", "Ruego respetuosamente que se ponga a votación”,
“Los que estén por la afirmativa sírvanse poner de pie" y otras expresiones semejantes
que muestran, como bien dice Salvador Azuela, que por la palabra se inicia la
guerra y se firma la paz. Y precisamente fueron algunas palabras imprudentes
pero políticamente calculadas, pronunciadas por Antonio Díaz Soto y Gama en la sesión
del 27 de octubre de 1914, las que estuvieron a punto de desatar el caos y la violencia
en el interior del recinto del Teatro Morelos. Poco después de que se tomó la protesta
correspondiente a los veintiséis delegados del Ejército Libertador de Emiliano Zapata,
la asamblea pidió a gritos la participación de Soto y Gama quien subió a la tribuna
y pronunció un discurso dirigido a los convencionistas, no como integrantes de una
de las facciones militares ahí representadas sino simplemente como mexicanos.
El carácter vivo y apasionado de Soto y Gama lo llevó en cierto momento de su intervención a referirse a las firmas estampadas por los convencionistas en la enseña nacional: "Aquí venimos honradamente. Creo que vale más la palabra de honor que la firma estampada en este estandarte, este estandarte que al final de cuentas no es más (toca la bandera) que el triunfo de la reacción clerical encabezada por Iturbide".
Luego vino el desorden, los gritos y los insultos para el orador, porque los mexicanos
allí reunidos a los que se había referido Soto y Gama sintieron que sus palabras
representaban una injuria intolerable a nuestro preciado símbolo patrio.
Lo que sorprende es la reacción del presidente de la asamblea, Antonio I. Villareal
y otros convencionistas que lograron mantener la calma cuando todo parecía indicar
que los fusiles tomarían por asalto a la palabra.
El C. Hay hizo un llamado a la calma, diciendo a continuación "dejemos hablar al
orador, que después hablaremos nosotros". El C. Almanza pidió también calma "para
poder escuchar los argumentos del señor Soto y Gama. Esos argumentos se contestan
con otros más contundentes, no con injurias". Finalmente, el C. Presidente de la
Asamblea intervino diciendo: "Un momento señores. Espero del civismo de la Asamblea
que permita al orador continuar su argumentación. Luego se le contestará; pero que
no se dé aquí el espectáculo de que se priva del uso de la palabra a quien desee
hacerse oír en la Asamblea. Se ha permitido a los comisionados del Sur, que vengan
aquí a expresar lo que sienten y piensan; hagamos el propósito de oírlos, y después
quedará la tribuna a disposición de todos los que deseen contestar."
Después del sobresalto, las aguas volvieron a su nivel. Soto y Gama intentó justificarse
señalando que la firma sobre la bandera significaba "el deseo de arrancar, por sorpresa
y de antemano, un compromiso, contrario quizá, a los intereses nacionales, a todos
los delegados aquí reunidos".
Tal vez el cálculo político de Soto y Gama era acertado, aunque más le hubiera valido
firmar en el blanco de la bandera porque en la sesión del día siguiente, después
de largos debates y deliberaciones,los convencionistas reunidos.
en el Teatro Morelos terminaron por suscribir el programa y los principios zapatistas del Plan de Ayala, centrados en la solución de la grave problemática que enfrentaban los campesinos sin tierra y los trabajadores de la ciudad
Para el 6 de noviembre de 1914, los delegados de la Convención habían logrado importantes
acuerdos que definieron el rumbo y el destino del proceso revolucionario. Venustiano
Carranza fue destituido de los cargos que tenía como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista
y Encargado del Poder Ejecutivo. Se acordó también suspender las Jefaturas de Cuerpos
de Ejército y Divisiones, así como el retiro definitivo del General Francisco Villa
como Jefe de la División del Norte. Los convencionistas eligieron al General coahuilense
Eulalio Gutiérrez como Presidente Provisional y poco después se declaró un receso
de la Soberana Convención Revolucionaria hasta que sus fuerzas militares ocuparan
la capital de la República.
Al seguir la pauta marcada por Salvador Azuela, llegamos al epílogo de esta historia.
El destacado editor y humanista tiene razón cuando afirma que por la palabra los
pueblos se organizan y las leyes se declaran y aplican. El encono fratricida y la
sangrienta guerra civil en la que murió más de un millón de personas, son una clara
señal que nos advierte de la necesidad de preservar nuestra democracia y defender
las instituciones jurídicas, políticas o diplomáticas que hacen posible solventar
los conflictos sin recurrir a la violencia.
Al hacer el balance de la trascendencia que tuvo la Soberana Convención Revolucionaria
a lo largo de sus distintas etapas, Vito Alessio Robles asegura que esa asamblea
"tuvo el carácter de preconstituyente y señaló los principios que fueron adoptados
en la Constitución de 1917".
En la Conmemoración del Centenario de la Soberana Convención Revolucionaria de Aguascalientes
es imposible dejar de reconocer que tanto en nuestra Carta Magna, como en nuestras
principales instituciones y leyes, se nota la huella de las mejores aspiraciones
y anhelos de quienes dejaron su sangre en los campos de batalla de la primera gran
revolución social del siglo XX.